Actividad misionera

A mediados del siglo III, Saturnino llegó a Toulouse para anunciar el evangelio en esa ciudad de la Galia. Su fama de santidad, el ejercicio de la caridad, los milagros realizados… se fueron extendiendo por la región. De modo que, acudían a él gentes venidas de diversos lugares con el deseo de encontrar remedio corporal o alivio espiritual.

 

Un nuevo discípulo

Un joven natural de Nimes, de nombre Honesto, atraído por la figura de Saturnino, abandonó su ciudad natal para afincarse en Toulouse y conocer personalmente al obispo del lugar. Honesto pasaba los días junto al obispo, para instruirse en la religión cristiana e imitar las virtudes que resplandecían en el santo. Convertido a Cristo, fue bautizado. Y comenzó a ayudar a Saturnino a evangelizar. Tal era su afán por seguir a Cristo y su disposición interior, que Saturnino le confirió el sacerdocio para que pudiera colaborar más directamente con la actividad pastoral que él estaba llevando acabo.

 

Evangelización de Pamplona

Una vez consideraron que estaba evangelizada la zona sur de la Galia, Saturnino envió a su discípulo Honesto al otro lado de los Pirineos con el deseo de que los habitantes de esa región conocieran también a Cristo. Éste se dirigió a Pamplona, donde en aquél tiempo, se daba culto a los dioses romanos, comenzando allí su predicación con estas palabras:

«Soy de la ciudad de Nimes, hijo de Emelio y Honesta. Y continuamente proclamo en público la religión a la que pertenezco. Soy cristiano, instruido en la fe católica, y pertenezco al orden de los presbíteros, discípulo del obispo Saturnino y su hijo por el bautismo, conocedor de las ciencias liberales y educado desde mi primera juventud en los fundamentos de la sagradas Escrituras. Lo que aprendí, enseño. Es claro que Dios es uno, señor de lo visible y de lo invisible, el que era, el que es, el que siempre será. En él se hallan todos los tesoros de la sabiduría, todo se encierra en su majestad. Padre, Hijo y Espíritu Santo, un Dios en tres personas y tres personas en el verdadero Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Si queréis conocer la plenitud de este misterio, lo podréis hacer con su misma ayuda, pues sin la gracia e inspiración del Espíritu Santo nadie la puede alcanzar. Si alguno de vosotros quiere conocer al Dios verdadero, confiese no existir otro fuera del Omnipotente, Trino y Uno. Pues los dioses de los gentiles son simulacros sordos y mudos, hechos por el hombre con metal, madera o piedra imitando al modelo humano y enriquecidos con plata y oro. Tienen boca y no hablan, ojos y no ven, oídos y no oyen, nariz y no huelen, manos y no tocan, pies y no caminan, como la sagrada Escritura recuerda al decir: se hagan semejantes a ellos los que los fabrican y todos los que confían en ellos.

Nuestro Dios omnipotente, Jesucristo, unigénito de Dios Padre, engendrado de la divinidad antes de los siglos, nació de María virgen; al cual se le ha dado la potestad en el cielo y en la tierra; que rescató al género humano del vínculo de la muerte como trofeo de su pasión; el que, al triunfar de la muerte, libró al género humano de los infiernos, de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad. A todos los creyentes los llevó a sí y, con el precio de su sangre, redimió a todos del poder del diablo. Paseó con pies secos sobre el abismo del mar, resucitó a Lázaro muerto de cuatro días, está sentado a la derecha de Dios Padre, vendrá a juzgar a los vivos, a los muertos y al mundo; entonces premiará a cada uno según lo que en esta breve vida haya hecho y obrado; al que asisten los ángeles y arcángeles, y el que premia a los santos y a los justos con el reino eterno, mientras que a los impíos y pecadores condena a las penas y a los tormentos perpetuos.

Esta religión y clara doctrina de verdad nos la enseñó a nosotros Saturnino, obispo, discípulo de los apóstoles, y nos mandó predicar el evangelio de la verdad a todas las gentes y bautizar a todos los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo para el perdón de los pecados y para la vida eterna sin fin.»

Los que escucharon sus palabras, admirados por su elocuencia, pidieron a Honesto que el propio Saturnino, su maestro, acudiera hasta la ciudad de Pamplona para confirmar sus palabras, pues conocían en aquel lugar la fama y las virtudes del obispo tolosano así como los signos que realizaba en nombre de Jesucristo.

Honesto volvió rápidamente a Toulouse para informar a Saturnino de las óptimas disposiciones en las que había dejado a los habitantes de Pamplona e invitarle a que se acercara hasta la ciudad donde había anunciado el evangelio.

 

vidrieras.sansaturnino01Saturnino acude a Pamplona

Saturnino no dudó ni un momento ponerse en camino, llegando a Pamplona una semana más tarde.

Recién llegado, sin apenas tiempo para descansar de su largo viaje, en el bosque sagrado de cipreses que rodeaba el templo de Diana, comenzó a predicar al Dios verdadero ante un pueblo que había acudido desde todas las partes de la ciudad para escuchar su palabra.

Durante tres días anunció abiertamente el evangelio y presentó los misterios de la fe en el mismo lugar, frente al templo de los dioses falsos, denunciando la locura de adorar divinidades de piedra y de madera salidas de las manos de los hombres. Les explicaba el misterio de la Trinidad, diciendo que había un solo Dios en tres personas, y que de él tenían su origen todas las criaturas visibles e invisibles. También les enseñaba como el Hijo unigénito del Padre se hizo hombre y se encarnó de María Virgen para salvar a la humanidad del poder del pecado. Fueron, además, sus palabras confirmadas con muchos milagros.

 

Saturnino bautiza a los primeros cristianos pamplonicas

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El pueblo de Pamplona se convirtió en masa. Así, renunciando a los dioses falsos, que hasta entonces habían adorado, las gentes de la ciudad pidieron recibir el bautismo. Entre ellos se encontraba el senador Firmo y su hijo Fermín, que pasó a ser con el tiempo en el primer obispo de Pamplona. Todavía hoy es recordado el pozo con cuya agua Saturnino bautizó a los primeros cristianos de la ciudad, situado en la calle Mayor frente a la parroquia dedicada en Pamplona al santo obispo de Toulouse.

Como señal de la conversión de la ciudad al cristianismo, fue destruido el templo de Diana y talado el bosque sagrado que lo rodeaba, de tal manera que no quedó en pie vestigio alguno de los antiguos signos paganos. Y cuentan que, a impulsos de aquella ardorosa predicación, se construyó rápidamente la primera iglesia, que pronto resultó insuficiente. Honesto permaneció en Pamplona para consolidar la comunidad cristiana recién inaugurada.

 

Galicia, Toledo y Comminges

Concluida su misión pastoral en Pamplona, Saturnino recorrió Galicia, siempre con el mismo éxito, marchando después a Toledo. Y desde allí, reemprendió el camino de retorno a su sede episcopal de Toulouse, pasando por la región francesa de Comminges.


martirio

antes de ser obispo